Democracia Capitalista = Dictadura de la burguesía

Mientras la Clase Obrera recibe todo tipo de atropellos desde el Estado Capitalista:

... la burguesía obtiene todo tipo de beneficios:

martes, 26 de marzo de 2013

En España sobreviven a punta de ingenio

La antología de relatos que se escucha en el número nueve de la plaza del General Vara del Rey, en Madrid, es tan repetitiva como estremecedora.


De lunes a viernes, a las 7 de la noche, la planta baja del local de la organización Mensajeros de la Paz se llena de comensales que no alcanzan el metro y medio de estatura. Adrián, de siete años, anhela que alguien le obsequie un balón de fútbol desde que en el calendario de casa se tachó la visita de los Reyes Magos. Hay días en los que Ismael lleva en su lonchera solo una botella de agua. A Elías, el pantalón raído de su uniforme, regalo de la caridad, apenas llega a cubrirle las pantorrillas. Hasta enero, Matías asistió a clase con la mochila vacía. Y Dayanara no recuerda la última vez que su madre le compró una bolsa de golosinas. Niños sin niñez. Detrás, familias arrastradas al umbral de la pobreza por un tsunami de despidos, desahucios y recortes.


En este salón que hasta hace nada era poblado por inmigrantes hay muchos hijos de familias españolas. Antes, de clase media. Hoy, arruinadas. Si los menores no cenaran en este comedor de 50 plazas en el barrio La Latina “se irían a la cama con el estómago vacío”, sentencia Elena Alonso, directora de los comedores de Mensajeros de la Paz.

Cruz Roja, Cáritas, el Banco de Alimentos, los servicios sociales no dan abasto. En seis años, y después de dos recesiones, el país ha pasado de 2’075.275 a 5’040.222 de desempleados registrados en las oficinas de los servicios públicos de empleo. Cifra inédita. La última Encuesta de Población Activa (EPA) situó el número de desocupados, a finales del 2012, en 5’965.400. Tasa de desempleo: 26,02 por ciento. Otro récord.

Raquel Mora repasa con la mirada perdida cómo un día su existencia se convirtió en un laberinto de cuentas que no cuadran, de recibos que no se pagan, de idas y venidas con hojas de vida bajo el brazo, de esperas sin respuesta.

Sus ingresos, unidos a los de Pablo Flores, su pareja, suman 800 euros al mes. Ambos cobran la ayuda de 400 euros que el Gobierno destina a los desempleados de larga duración y que han agotado todas las prestaciones (hasta enero, 231.182 ciudadanos se beneficiaron de esta renta y 41.000 la habían solicitado).

El dinero se va en el pago de alquiler, luz, agua y gas. No hay un rubro para la alimentación ni otro para el transporte. El patriarca, la madre y su primogénito acuden a comedores sociales, caminan distancias infinitas o burlan los controles del metro.

En la vivienda de este matrimonio la lavadora solo se enciende una vez a la semana y por las noches “que es más barato”. El jabón casero elaborado con aceite usado y soda cáustica reemplazó al detergente. Las mantas, a la calefacción. Los bombillos de bajo coste, a los normales (la factura de luz se reduce hasta en un 80 por ciento). Economía doméstica de guerra frente a un presupuesto depauperado.

Según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), siete de cada diez familias destinan menos dinero al ocio fuera de casa. Le siguen el ahorro en gas y electricidad, en vacaciones y en compra de ropa y calzado nuevos. Cambia, también, la canasta familiar. Bienvenido el consumo de subsistencia. Para muchos el aceite de oliva se ha convertido en un artículo de lujo. El yogur, en un manjar inalcanzable.

Un análisis de la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) revela que en las mesas de los hogares españoles se come menos carne y pescado fresco; y más fruta y verdura. Triunfan las marcas blancas, propias de los supermercados, de buena calidad y precios económicos.

La premisa de todo comprador: limitar gastos y estirar ingresos. La mecánica de las plataformas de cupones de descuento (Groupon, LetsBonus, Groupalia, Atrápalo, Planeo...) encuentra en la crisis argumentos a mansalva. Claudia Barrachina, periodista desempleada, se declara una cazadora profesional de ofertas. En algunas el precio oficial se reduce en hasta un 90 por ciento. Cenas, cortes de cabello o limpieza de cutis, caprichos que de otra manera serían inasequibles.

“A veces, para darle un gustito a tus pequeños, se usa la tarjeta. Claro, vas generando un agujero que da terror”, sostiene Isabel Pérez, dueña de una empresa de asesoría que acaba de quebrar. En España, las tarjetas débito Visa han comenzado a imponerse a las de crédito. Mientras las primeras se incrementaron un 4,9 por ciento; las segundas lo hicieron un 0,67. Nadie quiere ni más penas ni más deudas.

Hace meses que Rafaela del Rey, septuagenaria de cabello níveo, no pisa un supermercado. Mantiene a la familia de su hijo desempleado con sus 400 euros de pensión de jubilada. Todos los viernes, la Red de Ayuda Vecinal de Aluche le entrega una ración de víveres donados por diez tiendas de la zona. Es la única alternativa que tienen alrededor de 50 hogares para intentar llenar sus neveras cada semana.

De regreso al trueque


Los primeros domingos del mes, en el Parque Eugenia de Montijo de esta barriada madrileña, se instala un mercadillo de trueque. La salmantina Agustina Plaza presume orgullosa de su nueva chaqueta de cuero. A cambio, se deshizo de un vestido, en perfecto estado, de una de sus nietas. Esta práctica milenaria renace al calor del derrumbe económico. La necesidad solidariza.



En octubre, se intercambiaron libros escolares. En diciembre, juguetes. El éxito fue total. Desde el 2008, Karen Maza-Madrazo y María López aplican esta fórmula en su estudio de diseño, Eres Lo Más, Tú Más. Profesionales o pequeños empresarios no pueden costearse la creación de su imagen corporativa (unos 1.100 euros) y la mejor opción es el trueque. Las jóvenes han ejecutado unos 60 proyectos a cambio de entradas a festivales, traducciones, bicicletas o pijamas. También están los bancos de tiempo, que utilizan la hora como moneda y los servicios ofertados se pagan en función de los minutos que tardan en realizarlos. Existen unos 400 en España; en el 2009 apenas llegaban a 100.



En el barrio de Manoteras, en Madrid, están inscritos 75 socios. Se demanda, principalmente, pequeños arreglos o acompañamiento a personas mayores. Es lo que se denomina el consumo colaborativo. Otro ejemplo: el portal nolotiro.org, donde se pueden buscar y regalar objetos, sin condiciones. Hay de todo: juguetes, ropa, muebles, equipos electrónicos y hasta prótesis. La web acumula al mes 60.000 usuarios, 1’350.000 páginas vistas y 9.000 regalos entregados.


La lógica de lo compartido impera entre los consumidores de bolsillos vacíos. Bla Bla Car, abierto desde el 2009, conecta conductores con asientos libres y personas que buscan un viaje. La idea es compartir gastos. En el 2012, se gestionaron 20.000 desplazamientos mensuales, seis veces más que en el 2011. “Dos personas que quieren alternar el uso de sus coches para ir al trabajo pueden ahorrar hasta 2.000 euros al año”, señala el portavoz de la firma, Vicent Rosso.

Desde septiembre es posible compartir taxi en Barcelona gracias a JoinUp, una aplicación para teléfonos celulares. O, irse de vacaciones y disponer de alojamiento gratuito, con intercambiocasas.com (8.000 españoles lo consiguieron en el 2012).

Lorenzo (prefiere ocultar su apellido) ni se lo plantea. Vive sin luz desde hace un año y solo espera que llegue la orden de desahucio del piso por el que se endeudó en 270.000 euros (entre enero y septiembre del curso anterior, se ejecutaron 49.702 desalojos). Durante dos décadas gerenció una empresa de transporte en el sector de la construcción. Estalló la burbuja y el negocio se fue al traste. Como ocurre en 1’833.700 hogares españoles, todos los miembros de su familia, su esposa y dos hijos, están en paro.

Antes de plantearse echar el cerrojo a su restaurante, La Cueva del Pulpo, en Avilés, y despedir a 16 trabajadores, Daniel Fuente decidió incluir en su carta los platos ‘Anti-Merkel’. Seis combinaciones de las especialidades del local a precios de ganga: una bandeja de camarones a la plancha, pan y jarra pequeña de Ribeiro a 5 euros, en lugar de 19. El ingenio puesto a prueba por cuestiones de supervivencia porque ver a diario la hilera de mesas vacías, dice este hostelero, “mata el alma”.

Algo similar pensó Segundo Martín, encargado de un establecimiento de lavado de coches, en el madrileño barrio de Chamartín. Los clientes que limpian sus vehículos en este garaje reciben a cambio un vale para tres kilos de papas, una cerveza, una botella de vino o una barra de pan. En su idea implicó a seis comercios cercanos. “Canjean el producto y siempre compran algo más”. Sus socios están contentos y él también. Hasta 30 coches se han lavado en un día. Antes, no llegaban ni a 20.


Pilar García, madrileña de 38 años, es de las que cuenta sus peripecias sin dramatismo. La desahuciaron antes de divorciarse y teme que vuelvan a hacerlo junto a sus dos hijos, cuando en dos meses deje de cobrar la prestación por desempleo y no pueda pagar el alquiler. Si se queda en la calle está dispuesta a ocupar un apartamento de esos vacíos o sin estrenar que acumula la banca. Lo hará a base de echar la puerta y convertirse, a la fuerza, en su moradora. El fenómeno crece. Es ilegal. Una imagen icónica más de una crisis que no admite distinción ni parece tener fin.



PATRICIA VILLARRUEL GORDILLO

PARA EL TIEMPO

MADRID




En España sobreviven a punta de ingenio